miércoles, 30 de julio de 2014

Odio y violencia contra las escuelas en El Salvador

Por. Roberto Cuellar M.
IDEDH/OEI

El odio ha golpeado con violencia y con saña a las escuelas y a sus escolares, una vez más. Dos niños entre 10 y 12 años fueron asesinados en el trayecto a la escuela entre Santa Cruz Michapa y San Pedro Perulapan el fin de semana del 12 de julio pasado. Las maras de la zona, poniendo en práctica la macabra ley del control del territorio, deciden triturar, torturar y asesinar a estos niños a los que acusa de "pasar la raya" divisoria e invisible, sólo conocida entre las mismas pandillas. Hace dos meses en Lourdes, un joven educador popular del IDHUCA fue atacado y ejecutado por otros jóvenes mareros criminales que rechazaron su prédica de las relaciones sin violencia.
 Así son sometidos a la "autoridad" - que la tienen y la ejercen - de una delincuencia organizada que se ha tomado calles, edificios y comarcas con todo y sus escuelas con sangre y siempre con más sangre y ensañamiento contra escolares y menores. Luego, las víctimas sobrevivientes deben huir hacia otros lugares y hacia otros países a consecuencia del terror y a causa del pánico que infunden estos grupos en las comunidades educativas del país. Son estos y muchos más casos espeluznantes, los que configuran el cuadro álgido de una desorbitada carrera hacia el exterminio del "otro escolar" por varios jóvenes criminales que algún día también fueron escolares. Es este ambiente de mucho miedo, crueldad y tensión diaria, el punto álgido de las pasiones destructoras y de una psicopatología de la violencia encarnizada que al parecer nadie logra controlar.
 Aunque este ciclo infernal ha elevado muchas voces críticas y reprobaciones institucionales, nadie ha levantado enérgicamente una verdadera protesta nacional ni se ha invocado la legítima defensa de la escuela como el techo de los derechos humanos básicos. Incluso se escuchan voces que denuncian los asesinatos, que no pasan de ser la página abierta al torbellino de la violencia que le sigue día a día con un saldo negativo para los derechos humanos en el país. Ni las iglesias, ni siquiera la católica, emulan el valor y visión de Óscar Romero en esta legítima defensa de los derechos humanos de la niñez salvadoreña.
 Por ese terror permanente ahora se traen a cuenta los estudios y mapas de la pobreza extrema en que quedó El Salvador luego de firmar la pacificación nacional, aquel legendario enero de 1992. Algunos analistas dicen que esos grupos irregulares son "hijos de la depresión y del descuido" en que dejaron todos los gobiernos post conflicto a la escuela, al derecho de las mayorías y al desarrollo humano del país. Pero no podemos quedarnos atrapados en el pasado. A estas declaraciones y otros estudios les hace falta el eco del fenómeno criminal que debe ser encarado contra la que fue recién considerada la estrategia nacional, suicida por cierto, de quienes aprovechan cada tregua para vengar, para exterminar y para elevar la cuenta de sangre a su antojo y capricho.
 ¿Por qué asistimos hoy a otra de las tantas explosiones sanguinarias, a pesar de que el Presidente Salvador Sánchez Cerén ha declarado estar delante de la estrategia y del plan de seguridad pública? No hay que ser especialista para atinar las razones. Se aceptó negociar la tasa de homicidios antes de este gobierno y se hizo ante el fracaso de las manos duras y súper duras contra la delincuencia entre pandilleros y la guerra contra la población civil. De la guerra total superada en enero de 1992, se pasó a otras tres “guerras”: entre maras, contra las maras y la sucia de las maras contra la población más pobre, sobre todo.
 Hoy ven al plan nacional y al presidente Sánchez Cerén como verdadera amenaza para el control en zonas que les reportan ganancias y prebendas entre extorsiones, secuestros, amenazas y asesinatos que configuran esa política siniestra de "colonización criminal". Hoy ya no hay más tiempo ni vidas que perder, ha dicho enfáticamente el presidente de la república. El combate hay que emprenderlo con legitimidad e inteligencia, con energía y perseverancia. Hay que intervenir de manera prolongada y con acción policial las zonas claves de alto riesgo y de peligro social, lo que hasta Costa Rica se ha propuesto con éxito. Y hay que hacerlo invocando el legítimo uso de la fuerza, como lo ha hecho Nicaragua, desde hace 15 años, sin recubrirlo con el manto del perdón ni del olvido.
 Las respuestas desordenadas y los relativos "golpes de suerte" no le sirven más que a las maras y mafias que operan en casi todo el territorio nacional, y que son parte del engranaje criminal internacional que genera y que causa la migración forzada de escolares y menores hacia otros países incluyendo Costa Rica, donde hay más de 200 solicitudes de protección y de refugio. Tampoco sirven la respuesta desproporcionada ni las acciones aisladas que se emprenden con el objetivo de empujar a las maras y a las mafias solo a reorganizarse como el adversario más resuelto que enfrenta al Estado en casi todos los municipios de El Salvador.
 De este modo sólo puede nutrirse el odio y la violencia que afecta a las escuelas y a sus escolares. De esta forma la sociedad se resigna a ser siempre blanda y silenciosa y, finalmente, sólo así se alientan, la torpeza y la ineficacia judicial del fanatismo cruel, criminal y perverso con que asesinan a niñas y niños, escolares en todo el país, y que resultan en crímenes completamente impunes. Esta es la peor lección de civismo, de historia y de derechos en las escuelas de El Salvador y las de otros países del norte de nuestra Centroamérica.

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