Por. Ricardo Cardona Alvarenga
Falaz
pero simpática frase que pretende explicar lo inexplicable. Ofensiva ingenuidad
que asemeja la mentalidad con la que a veces, con profusa retórica intelectual y excesivo pragmatismo político, se pretende justificar la falta de voluntad
para emprender con decisión las profundas transformaciones que necesita nuestro
país.
Y
no se trata de ser pesimista sino realista y objetivo. El Salvador es un país
con profundos problemas estructurales y para poder enfrentarlos debemos ser
capaces de reconocerlos, negar esa realidad y no insistir en la necesidad de un
programa de acción para enfrentarla,
solo puede responder a un interés particular diferente de los objetivos
prioritarios de la nación.
Pero
la población no se engaña, continuar viviendo a base de promesas y buenas
intenciones ya no es posible.
No
podemos ocultar: que la inexistencia de política monetaria deja al ejecutivo a
merced de la frágil política fiscal, misma que enfrenta un déficit permanente originado
por la debilidad del sistema impositivo lo que obliga a incurrir en mayores
volúmenes de deuda.
No
podemos ocultar: que el gasto social impulsado para compensar, en alguna
medida, la histórica deuda social, es mayor que los ingresos que genera la débil
actividad económica contribuyendo a agravar el desequilibrio.
No
podemos ocultar: que la crisis del sistema de pensiones se sigue agudizando. La
deuda previsional sigue creciendo y ejerciendo presión sobre las finanzas
públicas.
No
podemos ocultar: la profunda desintegración social que se origina por la
disociación familiar y se agrava con los altos índices de violencia, la falta
de control territorial por parte de las autoridades y la impunidad que impera
en el sistema judicial a todos los niveles.
No
podemos ocultar: la falta de seguridad
jurídica, la excesiva tramitología, los bajísimos niveles de
productividad, la baja calidad de la formación profesional y las evidentes
inconsistencias de la normativa jurídica vigente.
No
podemos, en síntesis, negar la realidad, es evidente que la situación del país
es tremendamente compleja y requiere por lo tanto soluciones complejas.
Pero
pareciera que no nos damos por enterados, seguimos haciendo las cosas igual que
antes incluso con menos eficiencia, seguimos creyendo ciegamente en la eficacia
del libre mercado y en la lógica de las políticas financieras internacionales, nos
reunimos para dialogar y concertar con los mismos sectores y organizaciones de
siempre, priorizamos las mismas relaciones nacionales e internacionales,
apostamos por el mismo tipo de proyectos y esquemas de ejecución y seguimos con
envidiable obediencia las recetas reformistas neo-liberales. Cualquiera diría
que después de doscientos años seguimos creyendo en “espejitos”, o como se
suele decir, nos siguen dando “atol con el dedo”.
Honor
a los pensadores y actores comprometidos que a lo largo de todas las épocas intentaron
transformar la realidad; compasión a las mayorías más desposeídas, aquellas que
solo existen el día de las votaciones y mis respetos por aquellos intelectuales
consistentes que todavía propugnan por una transformación real. A los otros no sé,
quizás una disculpa por no ser capaz de hacerlos entender.
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