Por. Rcardo Cardona Alvarenga
La costumbre de asignar
etiquetas ha sido un recurso, a veces
inconsciente, de algunos actores políticos, periodistas, funcionarios y
analistas para, en ausencia de argumentos, defender posiciones, enfrentar las críticas de sus opositores y detractores y
convencer a sus audiencias de que tienen la razón.
Tales epítetos en el
pasado representaron persecución e incluso la muerte de mucha gente y si bien
ahora se usan con más ligereza que peligro, deberían en todo caso ser
descartados del lenguaje inteligente.
Es común escuchar calificativos,
para personas u organizaciones, de comunista, fascista, derechista,
izquierdista, liberal, neo liberal, socialista etc…. Aunque en la inmensa
mayoría de los casos los “acusadores”
no tienen la menor idea de lo que tales términos significan. Cada quien le confiere
a los calificativos, su propia forma de entenderlos y asignarlos para
descalificar y disfrazar la falta de
argumentos.
También es usual escuchar hablar de “cambios” la mayoría de
los cuales se refieren a matices, énfasis o enfoques, más que a las
transformaciones estructurales que el país necesita.
Los intelectuales de la oposición
tradicional son ahora los mayores detractores del papel regulador del Estado, férreos
defensores del mercado como herramienta de asignación de recursos y fieles admiradores del “gran capital” a cuyo
papel como motor del crecimiento, se sigue rindiendo pleitesía por parte de moros
y cristianos, sin poner atención a la calidad del crecimiento, sin importar si
se trata de inversión productiva, explotación comercial o especulación
financiera.
Si se estudian por
ejemplo, las propuestas programáticas de
las principales fuerzas políticas del país, todas coinciden en su modelo de
economía de mercado, estable, abierta,
liberal y dolarizada, con más o menos énfasis en los programas sociales, con más o menos celo por los
incentivos al sector empresarial y con más o menos esfuerzos por mantener las
apariencias de “Estado Democrático de Derecho” con una buena dosis de
pragmatismo y otra no menor de acomodado tradicionalismo conservador.
Ya lo decía un conocido comentarista
político, la Oligarquía sigue ostentando el poder aunque su partido haya
perdido las elecciones. Y es que no se puede negar que el dinero halaga y
entusiasma de forma que convierte los conceptos en pasiones y las diferencias
en contradicciones y al final el grueso de la población sigue sufriendo las
dificultades cotidianas como la falta de empleo, bajo salario, deterioro del
poder adquisitivo, atascos, retrasos e incomodidades de transporte y por si eso
fuera poco, altos niveles de inseguridad.
Todo ello constituye una violación flagrante a los derechos fundamentales
de la persona en pleno siglo 21.
Resultan, entonces
absolutamente pertinentes las preguntas,
Habrá valido la pena la
enorme inversión en tiempo, dinero y energía para llevar adelante el comentado
proceso electoral en dos vueltas?
Y más concretamente, quien
ganó y quien perdió con todo esto??
Entre los ganadores se
puede identificar a los medios de comunicación (prensa, radio y televisión) que
vendieron masivos espacios de propaganda electoral durante más de un año (por
cierto en clara violación a lo que establece la norma legal del código
electoral);
Las empresas proveedoras
del millonario negocio del “material electoral” como papeletas impresas, urnas
de cartón, casetas de votación, tintas etc.;
Las empresas hoteleras que
albergaron las reuniones, oficinas, y eventos oficiales, los encuentros
propagandísticos privados y el alojamiento de misiones nacionales e internacionales
de todo tipo; y obviamente, los partidos políticos no solo los triunfadores,
sino todos los que disfrutan de la deuda política que les asigna el Estado con dinero de
nuestros impuestos.
Los perdedores somos más
fáciles de identificar: simplemente la clase media que trabaja y paga
impuestos. Surgen entonces, aunque a más de uno le suene mal, las siguientes
preguntas:
Será esta la equidad de la
que tanto se habla?
Son estos los beneficios
de la democracia?
Para que le sirven las
elecciones al pueblo?
Y a veces, como buen
católico reflexiono internamente sobre el hecho de que en la Iglesia no hay elecciones, al Papa lo
elige la Cúpula y para toda la vida, me pregunto entonces si será por eso que la institución ha subsistido
durante tantos siglos con relativa estabilidad en su estructura organizacional?
Qué pasaría si hubiera elección de Obispos y Cardenales cada tres años?
Al final, la única
conclusión a la que puedo llegar es que estamos empantanados en un círculo
vicioso del que solo será posible salir con el concurso de todos, generando
confianza y respeto mutuo, con voluntad política y consciencia ciudadana.
¡!! Será cierto??
Mientras tanto nos aprestamos todos a la contienda electoral de 2015……. Y gira la rueda….