jueves, 10 de abril de 2014

De realidades e inquietudes populares

Por. Rcardo Cardona Alvarenga
La costumbre de asignar etiquetas ha  sido un recurso, a veces inconsciente, de algunos actores políticos, periodistas, funcionarios y analistas para, en ausencia de argumentos, defender posiciones, enfrentar  las críticas de sus opositores y detractores y convencer a sus audiencias de que tienen la razón.
Tales epítetos en el pasado representaron persecución e incluso la muerte de mucha gente y si bien ahora se usan con más ligereza que peligro, deberían en todo caso ser descartados del lenguaje inteligente.

Es común escuchar calificativos, para personas u organizaciones, de comunista, fascista, derechista, izquierdista, liberal, neo liberal, socialista etc…. Aunque en la inmensa mayoría de los casos los “acusadores” no tienen la menor idea de lo que tales términos significan. Cada quien le confiere a los calificativos, su propia forma de entenderlos y asignarlos para descalificar y  disfrazar la falta de argumentos.
También es usual  escuchar hablar de “cambios” la mayoría de los cuales se refieren a matices, énfasis o enfoques, más que a las transformaciones estructurales que el país necesita.

Los intelectuales de la oposición tradicional son ahora los mayores detractores del papel regulador del Estado, férreos defensores del mercado como herramienta de asignación de recursos  y fieles admiradores del “gran capital” a cuyo papel como motor del crecimiento, se sigue rindiendo pleitesía por parte de moros y cristianos, sin poner atención a la calidad del crecimiento, sin importar si se trata de inversión productiva, explotación comercial o especulación financiera.

Si se estudian por ejemplo,  las propuestas programáticas de las principales fuerzas políticas del país, todas coinciden en su modelo de economía de mercado, estable,  abierta, liberal y dolarizada, con más o menos énfasis en los programas  sociales, con más o menos celo por los incentivos al sector empresarial y con más o menos esfuerzos por mantener las apariencias de “Estado Democrático de Derecho” con una buena dosis de pragmatismo y otra no menor de acomodado tradicionalismo conservador.

Ya lo decía un conocido comentarista político, la Oligarquía sigue ostentando el poder aunque su partido haya perdido las elecciones. Y es que no se puede negar que el dinero halaga y entusiasma de forma que convierte los conceptos en pasiones y las diferencias en contradicciones y al final el grueso de la población sigue sufriendo las dificultades cotidianas como la falta de empleo, bajo salario, deterioro del poder adquisitivo, atascos, retrasos e incomodidades de transporte y por si eso fuera poco, altos niveles de inseguridad.  Todo ello constituye una violación flagrante a los derechos fundamentales de la persona en pleno siglo 21.

Resultan, entonces absolutamente pertinentes las preguntas,
Habrá valido la pena la enorme inversión en tiempo, dinero y energía para llevar adelante el comentado proceso electoral en dos vueltas?
Y más concretamente, quien ganó y quien perdió con todo esto??

Entre los ganadores se puede identificar a los medios de comunicación (prensa, radio y televisión) que vendieron masivos espacios de propaganda electoral durante más de un año (por cierto en clara violación a lo que establece la norma legal del código electoral);
Las empresas proveedoras del millonario negocio del “material electoral” como papeletas impresas, urnas de cartón, casetas de votación, tintas etc.;
Las empresas hoteleras que albergaron las reuniones, oficinas, y eventos oficiales, los encuentros propagandísticos privados y el alojamiento de misiones nacionales e internacionales de todo tipo; y obviamente,  los partidos políticos no solo los triunfadores, sino todos los que disfrutan de la deuda política  que les asigna el Estado con dinero de nuestros impuestos.

Los perdedores somos más fáciles de identificar: simplemente la clase media que trabaja y paga impuestos. Surgen entonces, aunque a más de uno le suene mal, las siguientes preguntas:
Será esta la equidad de la que tanto se habla?
Son estos los beneficios de la democracia?
Para que le sirven las elecciones al pueblo?

Y a veces, como buen católico reflexiono internamente sobre el hecho de que  en la Iglesia no hay elecciones, al Papa lo elige la Cúpula y para toda la vida, me pregunto entonces si será  por eso que la institución ha subsistido durante tantos siglos con relativa estabilidad en su estructura organizacional? Qué pasaría si hubiera elección de Obispos y Cardenales cada tres años?
Al final, la única conclusión a la que puedo llegar es que estamos empantanados en un círculo vicioso del que solo será posible salir con el concurso de todos, generando confianza y respeto mutuo, con voluntad política y consciencia ciudadana.
                     ¡!! Será cierto??


Mientras tanto nos aprestamos todos a la contienda electoral de 2015…….  Y gira la rueda….